En la primera escena de El pez que fuma el cajero del bar observa por un telescopio, aunque obsesionado con los ovnis, la luz del día no le deja otra alternativa sino mirar el barrio dentro del que se levanta el local. Se trata de una posible metáfora sobre el papel del cine y su capacidad para permitirnos mirar ahí donde se expresan los elementos fundamentales de nuestra sociedad. Escogiendo una determinada historia, un lugar o los personajes adecuados, el cine puede recoger un momento, manteniéndolo fijo en el tiempo.
Dimas es un maleante que va de chulo a distribuidor de drogas, pasando por el encargo de llevar la plata del prostíbulo al banco, posición que es posible gracias a su vínculo con La Garza, matrona y administradora del negocio. Este lugar, El pez que fuma, es escogido para ser el epicentro en el que se darán cita algunos de los elementos más pintorescos de la sociedad latinoamericana y caribeña. Bajo el sol de Macuto o la noche costera, ahí en La Pedrera, entre borracheras y delincuentes se encuentran las prostitutas, los terratenientes, los marineros de paso, las cantantes de cabaret venidas a menos, los obreros que hacen tiempo entre turnos semanales y la policía corrupta.
Que mejor locación que un prostíbulo para servir de foco en la representación de la “alegre” miseria latinoamericana. Entre colchones ardientes, niños que corretean por todos lados, una madre que descarga a golpes sus propios resentimientos en las nalgas de un hijo cautivo, ex presidiarios y mujeres en tránsito, se exhibe una parte de lo que hemos venido siendo.
Este año se celebra el 40 aniversario de esta producción, que desde temprano pasó a formar parte de los clásicos del cine venezolano. Ese mismo año se estrenaron, el episodio IV de Star Wars, que inaugura la saga y Annie Hall una de las películas más importantes de Woody Allen. Como esas dos cintas, El Pez que fuma es, no solo una de las películas más significativas de Román Chalbaud, sino una parte fundamental de nosotros, está incorporada en la historia cinematográfica venezolana y habla del cine de una época así como de una época a través del cine.
El filme es la adaptación de la obra teatral homónima, que estrenada una década antes, venía cosechando frutos imbatibles. La pieza fue escrita por Chalbaud, quien se encargó de llevarla a las pantallas de cine, haciéndose acompañar lo mejor del talento humano de la esa época: José Ignacio Cabrujas asistió la elaboración del guión; César Bolívar estuvo encargado de la dirección de fotografía; Mauricio Walerstein y Abigaíl Rojas asumieron la producción.
Aún hoy, el reparto es una de las formaciones actorales más recordadas del cine nacional. Hilda Vera en el papel de La Garza, Orlando Urdaneta como Jairo, Miguel Ángel Landa en la piel de Dimas y Haydeé Balza como Selva María, asumen los roles principales. Los personajes representados rápidamente se convirtieron en iconos por su relación arquetípica con las figuras cotidianas del Caribe.
Hace poco, Pablo Gamba recordaba la escena entre Jairo y La Garza en la playa, destacando la expresión, por medio de aquel diálogo, de nuestra vinculación con el petróleo a través de la relación problemática con la madre ausente, que se busca desesperadamente en todas las mujeres. Gamba también señala el homenaje que Chalbaud rinde a la música latinoamericana, siempre presente fuera o dentro del bar. Es una pequeña muestra de la vigencia de esta película, cuyas referencias siguen dando espacio a la reflexión.
Esta vigencia se manifiesta en el reciente estreno del quinto montaje de la obra teatral, cuya versión es realizada por Ibrahim Guerra junto a un elenco perteneciente a la Compañía Nacional de Teatro. En 1994 fue montada por José Ignacio Cabrujas y luego, hace menos de cuatro años, se presentó en el Teatro Trasnocho. Sin dudas, El pez que fuma arriba a sus cuatro décadas con mucho que decir a las nuevas generaciones.
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